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Colección Ética y convivencia

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Reflexión ética sobre los fines y los medios que conforman nuestra identidad humana
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Pueblo vasco y soberanía
Aproximación histórica y reflexión ética
2003

14 € Comprar

Base éticas para la paz
Reflexiones actuales sobre la Pacem in terris
2004

14 € Comprar


La democracia a debate
Democracia y participación
2009

18 € Comprar

Presentación

«Tres cuestiones que nos ocupan de por vida en nuestra existencia humana.

• ¿de qué vivir?

• ¿para qué vivir?

• ¿cómo convivir?

Los modos en que sentimos, pensamos y actuamos para resolver prácticamente las tres cuestiones, conforman en gran medida nuestro estilo de vida, nuestro ethos humano, la identidad ética.»

«En mi opinión, nuestra época parece caracterizarse por la perfección de los medios y la confusión sobre los fines» apreció Albert Einstein y José Miguel de Barandiarán entendió que la sociedad vasca atravesaba «un trastorno en profundidad en sus modos de sentir, pensar y comportarse».

La colección Ética y Convivencia nace como ámbito de reflexión ética sobre los fines y los medios que conforman actualmente los modos en los que sentimos, pensamos y practicamos nuestra identidad humana en relación a las tres preguntas.

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PRESENTACIÓN publicada en el libro "Pueblo vasco y soberanía" (Enrique Ayerbe y Francisco Garmendia). La vida de cada persona discurre en un sistema heterogéneo y complejo de convivencias. En qué grado logramos ser sujetos de la convivencia y en qué grado estamos sujetos a la convivencia, es una cuestión de difícil respuesta. La familia, la casa, la vecindad, los grupos de amigos y las cuadrillas, las escuelas y las empresas, los municipios y sus uniones, las ciudades y los estados, ... son instituciones de convivencia, a través de las cuales hemos heredado los principales medios que nos permiten sobrevivir y replantearnos el sentido de nuestra (co)existencia. La calidad del desarrollo humano a través de dichas instituciones depende de muchos factores, pero principalmente del ethos que inspira, orienta y guía los modos de sentir, pensar y comportarse de las personas en relación a sí mismas, en relación a sus congéneres y en relación a la naturaleza.

Nos referimos al ethos o a la ética en su sentido más original, incluyendo en su significado la responsabilidad de actuar en conciencia buscando verdaderamente el bien y comportándose consecuentemente ante opciones concretas en cumplimiento de deberes. El ethos supone, en tal sentido, la búsqueda honesta y crítica de lo verdaderamente mejor para sí y para su(s) comunidad(es). El comportamiento humano puede estar, sin duda, condicionado por la costumbre (mores), por la fatalidad de factores ajenos a la voluntad personal (p.e. enfermedad o cataclismos), así como por la fuerza del poder político-militar (imperium) y económico (dominium) o por las leyes vigentes, independientemente de su legitimidad. En la organización social de la convivencia han sido muy complejas las relaciones entre ética (ethos), moral (mores), leyes (nomoi) y poder (imperium o dominium). Su distinción nos parece, sin embargo, útil y consideramos necesario una vez más –en los comienzos de este tercer milenio- recuperar la centralidad de las preguntas éticas, para responder a los retos de convivencia que nos ocupan y preocupan.

Aunque a finales del siglo XX algunas apariencias indujeron a presagiar la posibilidad, no muy remota, de superar el clima de contra-vivencia mundial, que caracterizó la guerra fría, y de avanzar por unas relaciones de convivencia cooperativa basadas en el respeto solidario a la libertad de personas y pueblos, somos nuevamente testigos de guerras calientes de nuevo cuño que revisten modalidades inéditas en sus formas tanto local como globalmente. La novedad reside, más allá de la sofisticación de los recursos tecnológicos, en la (re)utilización de los factores más subjetivos (sentimientos, creencias, lealtades, organización ...) al servicio de fines que no pocas veces se ocultan deliberadamente para facilitar la movilización popular.

La utilización interesada de los problemas de convivencia para agudizar las contradicciones sociales y aprovecharse de su energía para favorecer cambios reaccionarios o revolucionarios, no debiera nunca ser excusa para no reconocer la realidad de dichos problemas, sino acicate para afrontarlos y solucionarlos cuanto antes. Atendiendo a nuestro entorno, la tarea está servida. Herencias diferentes y proyectos divergentes de identidad o proyecto individual y comunitario en lo que a lenguas, valores, historia, costumbres, símbolos y modelos socio-económicos o político-institucionales se refiere, compiten entre sí por su afirmación privada y pública en un espacio y tiempo compartidos, generando tanta confrontación social, que en determinados contextos y circunstancias hace temer por un antagonismo generalizado, que haga inviable la construcción de lo común o de una comunidad. A esta situación han contribuido factores y circunstancias tan diversos como los cambios tecno-económicos, transformaciones culturales súbitas, procesos migratorios desordenados, condiciones políticas desiguales, herencias históricas diferentes de gran carga simbólica e ideologías contrapuestas.

La solución humanamente digna de estos problemas debe incluir la clarificación ética de lo que debemos hacer, lo que en modo alguno excluye, sino que exigirá, el debate sobre cómo hacer realidad lo que debemos.

Quizás hemos sobrevalorado las preguntas relativas al ¿cómo? en menoscabo de las cuestiones orientadas al ¿para qué? y ¿hacia dónde?. Fue A. Einstein (1879-1955) quien caracterizó su época «por la perfección en los medios y confusión en los fines». Medios que nos han permitido mejorar las condiciones materiales de nuestra existencia de modo espectacular, especialmente a quienes vivimos en los países más desarrollados del planeta. Pero la disponibilidad de medios tan potentes puede acabar incluso con su mismo artífice, si no los utilizamos al servicio de fines cuya centralidad sea la humanidad compartida en libertad y solidaridad.

Esta cuestión de fines y medios adquiere sustancia humana evidente, p.e. en las relaciones entre técnica y ética. El avance técnico nos permite experiencias inéditas al organizar nuestra vida económica, cultural y social. Tales experiencias provocan, sin embargo, en no pocas ocasiones, situaciones anómicas, es decir, situaciones en las que no sabemos cómo debemos actuar. En tales circunstancias de anomía la sola técnica –por muchas previsiones probabilísticas que pueda aportarnos- no alcanza a resolver el problema. Es preciso recurrir al ethos que pueda fundar la adhesión razonable y libre a modos de comportarse que perfeccionen la humanidad de cada persona en cada etapa histórica de su desarrollo.

La colección ÉTICA Y CONVIVENCIA nace como ámbito de reflexión ética sobre los fines y los medios que conforman actualmente los modos en los que sentimos, pensamos y practicamos nuestras relaciones culturales, económicas y políticas.

La perspectiva ética desde la que en esta colección se busca el engarce entre fines y medios, opta preferentemente por la actualización de las tradiciones del humanismo personalista, al que J.M. de Barandiaran se refería como gizabidea y cuya principal característica es considerar a cada persona como sujeto trascendente, naturalmente cultural y social, es decir, histórico y responsable de sus acciones u omisiones deliberadas en condiciones de libertad y de disponibilidad de los medios necesarios.

Ya en este primer libro, que abre la colección, podrá apreciarse que se aborda una cuestión que viene afectando problemáticamente a la convivencia vasca, tanto ad intra como ad extra, desde una inquietud netamente ética. PUEBLO VASCO Y SOBERANÍA contiene dos trabajos, de los que el segundo, elaborado por José María Setién, es, sin duda, el más importante, porque en él se aborda la re-flexión ética sobre las repercusiones humanas que se derivan de la utilización política de la soberanía para resolver problemas de convivencia social, bajo el título: «Función del Estado y de la soberanía en una sociedad plurinacional. Reflexión ética».

La novedad de esta contribución radica en la exploración ética partiendo de presupuestos que están nítidamente reflejados en el texto, pero que queremos subrayar en esta presentación introductoria.

La reflexión ética arranca de la existencia de: «[...] exigencias humanas, llamémoslas ético-filosóficas o de otra manera, que si se quiere salvar la “humanidad” de la convivencia [...], han de trascender la pura positividad de un “orden” meramente jurídico-coactivo y han de ser capaces de juzgar a éste desde instancias de sentido. Exigencias que aunque no tengan tras de sí la fuerza del poder, no por ello tienen menos valor humano, vistas desde la perspectiva de la “humanizació” de la existencia de las personas y de las colectividades que esas personas van configurando a lo largo de su historia».

La convicción de la realidad de tales exigencias de humanidad no debe interpretarse, sin embargo, como la fe en la disponibilidad de unas respuestas prefabricadas que preceden a los problemas de convivencia. Muy al contrario, el desvelamiento de los contenidos éticos es un proceso naturalmente cultural y culturalmente natural. Por naturaleza estamos llamados a cultivar nuestro propio ser. Es por ello natural que cultivemos nuestro comportamiento. Pero no todos los modos de cultivar la humanidad de nuestro ser sirven a su desarrollo. Hay éticas que conducen a la destrucción de lo más humano: de la vida humana misma, de la libertad y de sus creaciones más dignas. De ahí que: «la búsqueda y el descubrimiento de esas referencias objetivas de orden ético, como no podría ser de otra manera, son también el resultado de un desarrollo histórico en el que las luces y las sombras, los avances y los retrocesos, van alternándose o, mejor si se quiere, compenetrándose, en el camino hacia la sabiduría política que ilumine el ser y la convivencia de las personas que van conformando la humanidad».

Tal sabiduría no puede esperarse del simple voluntarismo –por muy bien intencionado que sea- o de la intuición repentina. Exige esfuerzo intelectual y atención a la realidad histórica concreta de las experiencias humanas: «El avance en el descubrimiento de la verdad sobre el hombre va posibilitando, al mismo tiempo, el proceso del conocimiento de la verdad humana relativa a las creaciones del “espíritu” en el ámbito de la convivencia». Tal convivencia se manifiesta a través de muchas instituciones, de naturaleza diversa, entre las que las políticas juegan un papel importante a través del poder: «No puede, por ello, ser ajena a este proceso de búsqueda de la verdad de la convivencia humana, la relativa a la creación del Estado y, en particular, del que llamamos “Estado moderno” [...] Y con ella, la verdad relativa a la atribución a ese Estado, de las competencias y formas de poder que se le asignen como propias. En definitiva, se trata de saber cuáles han de ser las referencias éticas de sentido, desde las cuales, en el momento actual, se pueda hallar la respuesta a la pregunta sobre el ser del Estado y la función que al mismo haya de atribuirse. Desde esta manera de ver las cosas, los Estados y las ideas que inspiren su actuación, podrán y deberán ser juzgados éticamente, en razón del mejor o peor servicio que presten a la realización de su función humana, concretada en el reconocimiento del valor de la persona humana y de los derechos humanos que a la misma realmente se le deben. Ésta ha de ser actualmente, por encima de cualquier ideología, la referencia fundamental de índole ética que ilumine la razón de ser de la actividad política».

Desde la consideración del Estado como un sistema estructurado de me-dios, cuya disposición y uso deben legitimarse por su utilidad final al servicio de la realización humana de las personas, José María Setién insiste en que «no será posible imaginar una Ética del Estado y del ejercicio de su soberanía que no presuponga como fundamento básico una concepción “personalista” de la convivencia social y de la comunidad política. Desde este punto de vista cabe decir que esa concepción personalista ha de ser el objeto de una “opción éticamente necesaria” o, si se quiere evitar la incoherencia que esa expresión parece contener, habrá de decirse que ese principio fundante de la convivencia política ha de ser previo a lo que puede constituir el ámbito de las “opciones libres”, que tengan cabida dentro de una Ética apoyada en la inalienable dignidad de la persona humana y, por ello, personalista. No es, por ello, inútil insistir en que lo “humano” existe, en verdad, realizado en el “individuo” y que todos los demás bienes referidos a la “humanidad”, adquieren su valor solamente a partir de su referencia a las personas en cada una de las cuales se realiza esa “humanidad”.»

El autor parte de tales presupuestos de tiempo atrás en sus muchas aportaciones sobre problemas de convivencia suscitados en la sociedad vasca. Lo que resulta de agradecer es que haya llevado a cabo el esfuerzo de abordar desde dichos principios un debate, arteramente viciado en muchos casos, y haya llegado a conclusiones que interpelan críticamente a cuantos se valen o quieren valerse de la soberanía para impedir el desarrollo libre y solidario de la historia concreta de las personas reales, con su individualidad privativa y sus pertenencias comunitarias diversas: «Una concepción personalista de la convivencia social, que inspire las dimensiones éticas referidas a la vida política, habrá de inspirar el “modelo” de ordenación jurídico-política que, al menos como proyecto, esté al servicio de la realización personal de los ciudadanos y al servicio también de la convivencia social que la posibilite. Lo que, más en concreto, quiere decir un modelo de sociedad configurado por el reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas, tanto individuales como colectivos.»

En cualquier caso, ni el texto ni su espíritu invitan a conclusiones que deban entenderse como cerradas y acabadas. Es más bien la llamada a implicarnos personalmente para afrontar «la urgente necesidad de un debate, políticamente libre, de carácter humanista y ético, sobre el “modelo” de la convivencia social y de la ordenación político- administrativa que el Pueblo vasco quiera para sí mismo y para sus relaciones con los otros Pueblos, con los que ha estado y está actualmente vinculada su propia historia.»

No dudamos en calificar de importante la aportación de D. José María Setién, porque relativiza el valor de la soberanía a su utilidad funcional para mejorar la convivencia entre personas y pueblos desde la centralidad de la libertad y solidaridad humanas.

La convivencia no empieza para nosotros desde cero. Las formas políticas en que se articula la convivencia pública también son históricas. La cuestión de la soberanía, como idea para definir el poder del estado y su relación con la convivencia política que afecta a los vascos, no son problemas surgidos a comienzos del siglo XXI. Se trata de un debate que se planteó explícitamente hace ya más de doscientos años. Por ello se incluye en este libro como primer trabajo «La soberanía en relación al Pueblo Vasco: dos siglos de confrontación (1802-2002). Aproximación histórica». Su contenido quiere ser introductorio y pretende ofrecer una perspectiva histórica del actual debate sobre el tema, resaltando algunos hechos relevantes de la historia traumática de la convivencia vasca en los últimos doscientos años.

Sobre este fondo de realidades que condicionan nuestro presente, la reflexión ética adquiere el horizonte concreto de su contexto.

Ambos trabajos surgieron de forma independiente. Si han hallado acomodo en un mismo libro es porque abordan una cuestión común, aunque desde preguntas e inquietudes que consideramos complementarias para todas las personas interesadas en mejorar la convivencia vasca.

Editorialmente hemos querido que la misma composición del libro sea una invitación a participar activamente en la reflexión, incorporando preguntas, notas, réplicas o consideraciones que nos hagan más conscientes y responsables ante el reto siempre inacabado de sacar el mejor partido de toda nuestra capacidad para hacer el bien.

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