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LA RURALIDAD EN EUSKAL HERRIA
Por Asunción Urzainki
En principio la noción de ruralidad es fácilmente asumible desde la experiencia individual o colectiva y resulta cómoda para un intento de caracterización o encuadramiento de la realidad socioespacial, sin embargo, en el terreno de la práctica, cuando se quiere aplicar a espacios concretos y abordar una delimitación, el empeño resulta poco menos que imposible; en especial ante situaciones que han alcanzado un alto grado de urbanización con desarrollo de espacios periurbanos, tal como sucede en torno a nuestras áreas metropolitanas. Lo cierto es que a raíz de los intensos cambios que se vienen produciendo en los sistemas espaciales motivados por el avance urbano en frentes muchas veces discontinuos, siguiendo las vías de comunicación o por contagio de los núcleos tradicionales de menor tamaño pertenecientes a su entorno, la dicotomía rural-urbano ya no sirve como marco analítico de una realidad compleja y cambiante que se va abriendo paso entre los modelos puros de ruralidad y las situaciones más genuinas de aglomeración urbana tan frecuentes en las provincias litorales de Euskal Herria.
Por ello ya no parece válido aceptar hoy algunas de las características atribuidas tradicionalmente a cada una de estas situaciones como factores o elementos de diferenciación -base económica, modos de vida o relaciones entre los habitantes- pues, al cabo, existen múltiples solapamientos, situaciones compartidas en pleno proceso de transición y sometidas a una dinámica de cambios formales o funcionales en las que, bajo una aparente ruralidad, se ocultan modos de vida y pautas de comportamiento asociadas al mundo urbano. En Euskal Herria abundan estos ejemplos de integración campo-ciudad sobre antiguas entidades que, a pesar de haber adoptado modos y maneras urbanas, han logrado conservar la fisonomía o apariencia rural en un proceso de penetración funcional de la ciudad sobre un espacio que se desruraliza.
Sea como fuere y aceptada o no esta nueva dimensión de la realidad territorial, lo que ya no resulta válido es oponer ruralidad y forma urbana como entidades antagónicas y excluyentes; se trata en todo caso de modelos de organización del espacio diferentes que han cristalizado en un conjunto de componentes visuales como resultado de la diversidad de funciones que desempeñan -y perceptibles, por tanto-; espacios de función múltiple integrados en un sistema global y complementarios.
Desde nuestra perspectiva geográfica, espacial, parece necesario dar prioridad a los aspectos formales y funcionales como factores de diferenciación y optar en consecuencia a la identificación de la ruralidad -de los paisajes rurales- con bajas densidades y débiles concentraciones, con usos de carácter extensivo y predominio espacial de suelo no edificado del que una amplia proporción está dedicada a actividades agrarias; al mismo tiempo y dejando aparte otros aspectos relacionados con modelos específicos de organización social, con comportamientos, hábitos y pautas de consumo de sus habitantes, la ruralidad implica dependencia funcional de otros centros mejor dotados en equipamientos y servicios.
Todas estas cualidades, reconocidas por los diferentes agentes sociales que operan en el territorio, son las que otorgan al campo su valor específico en la actual división espacial del trabajo que dirige su propia dinámica y le asigna nuevas funciones dentro del sistema global del que forma parte.
Pero ahora y, más allá del plano o nivel meramente conceptual, necesitamos delimitar una base territorial suficientemente amplia que nos permita observar los aspectos geográficos de la ruralidad del País; una ruralidad innegable y al mismo tiempo compleja en sus diversas formulaciones, “mejor conservada” cuanto mayor es la distancia a los centros urbanos. Con este fin y por razones meramente operativas se ha optado por privilegiar el factor tamaño de las entidades de población y establecer el umbral de los 2.000 habitantes como criterio discriminador del espacio de estudio, no del espacio rural stricto sensu puesto que sería arbitrario aplicar un criterio meramente estadístico para delimitar una realidad tan compleja en matices.
El dato elegido se aparta conscientemente de las clasificaciones propuestas por los diferentes organismos estadísticos que operan en Euskal Herria, clasificaciones que tampoco son coincidentes y así, mientras el Instituto Vasco de Estadística (EUSTAT) califica como zona rural -landa zona- al conjunto de entidades singulares de población de 10.000 habitantes o menos, es decir, unidades habitables integradas en términos municipales (o constituyendo un municipio por sí solas) y claramente diferenciables e identificadas, para el Instituto Francés de Estadística (INSEE) y desde posiciones más restrictivas, será rural toda comuna (municipio) que cuente con menos de 2.000 habitantes aglomerados en su cabecera y no integrada en una unidad urbana compleja, multicomunal.
De hecho y sin entrar a considerar la validez de tales propuestas, semejante disparidad de criterios pone en evidencia una vez más las enormes dificultades que se oponen al encuadramiento y delimitación del universo rural.
Una delimitación que puede ser soslayada cuando el estudio de los espacios rurales se aborda desde una perspectiva regional, en calidad de áreas integradas en un ámbito más amplio tal como aparecen en diversos trabajos realizados hasta ahora sobre el conjunto de Euskal Herria o alguna de sus comarcas, y que conforman la bibliografía básica del tema que nos ocupa. Entre los primeros, y más allá de las obras de carácter general, no abundan los ejemplos, por ello resulta más valiosa si cabe la excelente aportación de Th. Lefebvre; su obra “Les modes de vie. dans les Pyrénées Atlantiques orientales” publicada a comienzos del tercer decenio se erige indiscutiblemente en la primera síntesis regional efectuada desde presupuestos científicos, y en cierto modo equiparable al conjunto de trabajos realizados en las mismas fechas por L. Urabayen en relación a Nafarroa.
A partir de los años cincuenta la geografía dedicada al mundo rural vasco ha conocido un continuo y brillante desarrollo con autores que han centrado sus estudios unas veces en el ámbito comarcal y otras en territorios históricos concretos, muchos de los cuales constituyen otras tantas tesis doctorales ligadas a las escuelas geográficas que encabezan A. Floristán Samanes y G. Viers. A este respecto cabe hacer mención de sus propias monografías de carácter regional juntamente con las de S. Mensua, P. Laborde,V. Bielza de Ory, P. de Torres Luna, E. Ruiz Urrestarazu o A. Ugalde citadas en el apéndice bibliográfico.
A estos grandes trabajos hay que sumar numerosas aportaciones de carácter monográfico que se han ocupado de diferentes elementos del mundo rural -el hábitat, la población rural, cultivos, ganadería- o de diversos factores que afectan a la organización del territorio -la propiedad de la tierra, el comunal-, desde una perspectiva eminentemente geográfica; muchos de estos estudios se han publicado en revistas especializadas o en actas de congresos y reuniones científicas pero omitimos la referencia concreta puesto que en su mayoría aparecen recogidas en la obra “Bibliografía Geográfica de Euskal Herria”, publicada en 1986 por el Instituto Geográfico Andrés de Urdaneta, bajo la dirección de J. Gómez Piñeiro y más tarde comentadas selectivamente por E. Ruiz Urrestarazu en un estudio del que se da noticia igualmente en el apéndice bibliográfico
De gran interés también para el conocimiento de los espacios rurales de Euskal Herria son los trabajos de algunos economistas como M. Etxezarreta y M. Rapún o de sociólogos rurales (J. M. Garayo, J. Martínez) preocupados igualmente, aunque desde su propias perspectivas, por diferentes aspectos del mundo rural vasco.
En esta necesariamente sucinta relación no podemos omitir la obra de J. Caro Baroja; por su extraordinaria aportación al conocimiento del mundo rural vasco, presente en muchos de sus trabajos, es ya un referente obligado y le sitúa justamente entre los autores más destacados.
LA INDUSTRIA EN LA COMUNIDAD AUTÓNOMA DEL PAÍS VASCO
Por Concepción Torres
Euskal Herria tiene incluida la mayor parte de su territorio en el Objetivo nº 2, regiones en declive industrial, según la política regional de la Unión Europea. El rasgo más característico de estas regiones es una tasa de desempleo relativamente elevada en relación con el declive de industrias tradicionales. Pueden apreciarse distintos niveles de problemática en Euskal Herria dentro del Objetivo nº 2. Así Bizkaia y Gipuzkoa registran un declive industrial en relación al deterioro de sus industrias tradicionales más acusado que Araba y Nafarroa, mientras que Lapurdi presenta una problemática vinculada a la desaparición de las fronteras y disminución de subcontratas en aeronaútica.
Este distinto grado de desajuste en el mercado de trabajo viene heredado de un proceso de industrialización diferenciado que determinó un mayor o menor impacto de la crisis a finales de los años 70 y principios de los 80. En consecuencia, las políticas industriales aplicadas no han sido uniformes. Además, nos encontramos con un territorio que pertenece a dos países distintos: por un lado, Lapurdi, Benafarroa y Zuberoa forman parte de la región aquitana francesa y el resto a las Comunidades Autónomas vasca y Nafarroa en el Estado Español. O sea que la Euskal Herria industrial está integrada por tres ámbitos muy diferenciados desde el punto de vista institucional. Esta diversidad institucional tiene repercusiones relevantes, ya que las políticas industriales implementadas en cada ámbito son independientes. Además, como veremos a continuación, una somera caracterización de las tres zonas pone de manifiesto su diversidad socio-económica.
Aquitania, la región donde está integrada Iparralde (Lapurdi, Benafarroa y Zuberoa) ostenta mejor posición respecto a Nafarroa y la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV) en PIB per cápita en la Unión Europea. La tasa de desempleo es prácticamente similar en Nafarroa y Aquitania y sobrepasa moderadamente la media europea, siendo el doble en la CAPV.
En lo que se refiere a la población, la evolución en el decenio 1981-1991, vuelve a repetirse el comportamiento más positivo para Aquitania y Nafarroa, mientras que la CAPV experimenta pérdida de habitantes.
La distribución de empleo por sectores en 1991 revela una estructura económica muy distinta en estas tres regiones. Aquitania es una región muy poco industrializada con un componente agrícola y terciario muy alto. Nafarroa es una región industrial que sigue manteniendo una fuerte base en el sector primario. Mientras que la CAPV es una región industrial en la que la agricultura es una actividad minoritaria.
Asimismo, la distinta evolución económica que han seguido la CAPV y Nafarroa de 1985 a 1993 apoya el tratamiento separado de la Geografía Industrial de Euskal Herria. El período que va de 1985 a 1991 pasará a la historia económica española como uno de los períodos expansivos más importantes del siglo XX (BBV, 1995). El crecimiento del PIB fue de un 4.5% anual acumulativo. Pero fue un crecimiento en desequilibrio, en el que la inflacción, el déficit público y déficit exterior fueron alcanzando unos niveles preocupantes. El incremento del PIB regional fue en la CAPV (4.1%) ligeramente inferior a la media y en Nafarroa por encima de la misma (5.3%).
El deterioro del entramado industrial entre 1985 y 1993, pero sobre todo a partir de 1991, es un problema que ha afectado a prácticamente todas las Comunidades Autónomas y especialmente a la CAPV entre otras. El índice de especialización sectorial, calculado en relación al valor añadido bruto por habitante con respecto a la media de las comunidades españolas, revela que en industria navarra alcanza el grado más alto. En la Comunidad Foral el valor añadido bruto industrial por habitante superaba en 1993 en un 81.3% a la media española, siguiéndole en importancia el nivel relativo de especialización industrial la CAPV (64.2% por encima de la media española).
El bienio 1992-1993 aparece inserto en la crisis económica sufrida por la economía española, cuya recuperación se ha iniciado en 1994. Mientras que Nafarroa figura entre las regiones desarrolladas que mejor resistieron los efectos de la crisis, o sea que en ese bienio el PIB registra algún crecimiento (0.04), la CAPV acusa los efectos de la crisis industrial, registrando descensos en sus producciones (-0.32), aunque menores que el grupo de comunidades autónomas más afectadas (superior al -0.5). El comportamiento del PIB por habitante revela que Nafarroa experimenta una mejoría en 1993 (115.2, 100=media española) y los tres Territorios Históricos de la CAPV un ligero empeoramiento (Araba=126.1, Bizkaia=106.6 y Gipuzkoa=104.5), aunque aún siguen situándose en el grupo de provincias españolas más desarrolladas. La renta familiar disponible muestra una evolución muy favorable para Nafarroa, que pasa de ocupar el séptimo puesto en el ranking español en 1985 al tercero en 1993 (115.7). La CAPV experimenta una moderada mejoría, que asciende desde el octavo lugar al sexto puesto, invirtiendo la tendencia descendente anterior a 1985.
De modo que el distinto proceso de industrialización, impacto de reestructuración, estructura fabril, política industrial y evolución macroeconómica aconsejan un tratamiento separado de la CAPV, Nafarroa y Euskal Herria Continental.
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