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El cuento es el tiempo de la vida. Tiempo existencial
Al estudiar el tema del espacio en los cuentos populares maravillosos, decíamos:
Tras esta exposición, podemos concluir afirmando que la geografía aparente que el cuento maravilloso ofrece a nuestra atención no se agota en sí misma, que dicha geografía no constituye, exclusivamente, el marco imprescindible para que un relato de aventuras, más o menos fantásticas, pueda tener lugar, sino que la geografía aparente simboliza una segunda geografía que representa los hitos principales, el arquetipo de toda historia personal: el paso de la niñez a la madurez, a través de un proceso social iniciático. (M. Etxeberria, Geografía Simbólica De Los Cuentos Populares Maravillosos Vascos. Ostoa, Lasarte, 1999, pag. 67).
En aquel ensayo llegamos a la vida desde el espacio geográfico y aquí volvemos a repetir el mismo proceso. Hemos descartado el tiempo cronológico histórico como referente del cuento y hemos reivindicado para él un tiempo diferente. Un tiempo universal, atemporal, que no es ni pasado, ni presente, ni futuro, sino todos ellos a la vez.
Un tiempo, por ello mismo, que puede ser vivido por todos y cada uno de los componentes de ese variopinto auditorio al que nos hemos referido anteriormente.
En efecto:
- Para unos será, fundamentalmente, un tiempo pasado el que vivenciarán al oír el relato (aunque también habría que decir que ese pasado no es nunca auténticamente pasado, mientras es objeto de recuerdo, de rememoración).
- Para otros, el tiempo del cuento les permite la vivencia anticipada de lo que, a ciencia cierta, les ocurrirá algún día.
- Para otros, en fin, el tiempo del cuento no hará más que evidenciar y representar su propio tiempo presente, su proceso de maduración en curso, su vivencia actual.
Desde este punto de vista, no es de extrañar la perenne fascinación que los cuentos populares maravillosos ejercen sobre los componentes de cualquier sociedad. Podríamos decir que dichos cuentos tienen “duende”, aunque muchas veces sean calificados despectivamente como “cuentos de hadas” o como “cuentos para niños”. Nadie permanece ajeno a su encanto, porque, al fin y a la postre, todos sentimos que algo que nos es muy íntimo queda referenciado en ellos: nuestro propio proceso de independización, de autoafirmación.
En ese sentido, y sin ánimo de ser cruel, sospecho que, frecuentemente, las actitudes hostiles para con este tipo de relatos no hacen más que translucir, o bien las dificultades que uno ha experimentado en su propio proceso interior, o bien, más radicalmente, la falla en la consecución de esa autonomía final que el cuento nos escenifica.
En el primer caso, el contraste entre lo imaginario –casi siempre de color rosa– y lo real podría explicar la referida actitud de rechazo.
En el segundo caso, la íntima frustración que corroería el mundo interior del posible oyente o lector constituiría suficiente motivo para sus manifestaciones de rechazo.
De todas formas e incorporando, también, las antedichas manifestaciones de rechazo, queda claro que el cuento popular maravilloso no deja indiferente a nadie. Porque, querámoslo o no, éste toca nuestras fibras más íntimas, entrecruzando su vivencia con las que, o bien vivimos recordándolas o anticipándolas, o bien experimentamos en el momento presente.
El cuento nos permite acceder a la triple dimensión del tiempo histórico, abriendo en él la puerta de otro tiempo que no es histórico y que, sin embargo, tampoco puede ser representado fuera de él. Un tiempo que no es histórico pero que pertenece a la historia personal de cada uno. Un tiempo que no es historia, porque es, en resumidas cuentas, el tiempo de vivencia siempre actual y continuamente actualizada.
El cuento constituye, si se me permite el calco, una verdadera timegate, un punto de acceso privilegiado al tiempo existencial de cada persona.
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