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El editor
OYENTE DE MÚSICA. LA MÚSICA
• La música en el mito
En la tradición mitológica greco-romana se nos narra que Orfeo amansaba las fieras con su música, y se le considera el inventor de la lira o su perfeccionador. La figura de este personaje es interesante para iniciar una aproximación al universo de la cultura y de la antropología de la música.
Cuando en el lenguaje corriente decimos que la música amansa las fieras nos estamos refiriendo, sabiéndolo o no, a la música tocada por Orfeo. Las fieras venían a lamerle los pies mientras él tañía la lira. Y se le representa rodeado de fieras y de animales mansos, que juntos escuchan su canto.
Pero no sólo pacificaba las agresividades del mundo animal, sino que también alteraba las leyes del mundo físico: las piedras le seguían para escuchar su canto, y los ríos detenían su corriente y retornaban a las fuentes para oírle.
Y, aún más, hay que recordar que su influencia alcanzaba al poder de otros seres míticos como eran las sirenas que acechaban a los navegantes. El canto embelesador con el que las sirenas solían atraerlos fatalmente no les afectó a los Argonautas porque el canto de Orfeo, que les acompañaba, le superaba en belleza.
Ya sabemos que los mitos son explicaciones no científicas de realidades que la experiencia constata. En este momento nos ceñimos a la dimensión poética de este mito referido al mundo animal pero que nosotros lo hacemos extensivo al hombre. La música amansa también a la fiera humana. La narración mítica "explica" la realidad experimentada posiblemente desde que el hombre es hombre: que la música produce en el hombre efectos sensibles, físicos y sicológicos. La música relaja tensiones, promueve y cambia sentimientos, incide en los estados de ánimo, y afecta a comportamientos.
• La música en el tiempo histórico
Para estas consideraciones de mitología musical sólo retenemos la imagen de la paz zoológica que propicia el canto de Orfeo. Pero superponemos a la tradición greco-romana la tradición judeo-cristiana. En la tradición bíblica, la escena de las fieras amansadas, que no atacan al hombre y que no se pelean entre ellas, se sitúa tanto en el paraíso del primer eón, el del Edén del Génesis, como en el paraíso profetizado del último eón, el de la nueva creación de la que nos habla el Apocalipsis.
En esta tradición bíblica, se nos anticipa que en el eón futuro, en el momento escatológico, el león yacerá con la oveja. Pero esta misma es la imagen de la paz mítica que ya existió antes de la introducción del mal en el mundo. Y esta misma es, como hemos dicho, la imagen de la paz que habrá en los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando la naturaleza esté ya reconciliada, libre del mal.
Pero en el eón presente, en el intermedio histórico en que vivimos, entre un principio y un final mítico, en este tiempo que es el de la realidad de nuestra experiencia, funciona en el reino animal la economía de lucha y de muerte; la de la cadena trófica: hay una escala de depredación. En lenguaje cotidiano hablamos de la ley zoológica del más fuerte, y que el pez grande se come al chico. Y el hombre es el gran depredador que está situado en la cúspide de la pirámide, que arrasa la vida sobre el planeta, y que lucha como fiera entre las fieras, y es fiera para el hombre mismo: “homo homini lupus”; el hombre se comporta como un lobo con los otros hombres.
Pero hay dos momentos de paz zoológica a reseñar, fuera de los paraísos del inicio y del fin. Uno es el momento de la convivencia animal en el arca, cuando Noé convoca, para salvarlas de las aguas del diluvio, a una pareja de cada especie.
El otro momento de paz es el de cualquier momento musical de hoy día; cualquier momento musical preconizado por el Orfeo mítico. La música, cuando suena, aunque sea en el tiempo de nuestra historia, provoca la reconciliación del hombre con el hombre y con la naturaleza. Y esto es objeto de experiencia común.
Parece como si la música introdujese en el tiempo histórico un intermedio mítico; como si con la música aconteciera un espacio paradisíaco, como si la música tuviera un efecto órfico. Y creo que es experiencia común que la música nos reconcilia con nosotros mismos; nos reconcilia con la vida y con nuestro entorno. Perdonamos, nos perdonamos y nos sentimos perdonados. Pensemos en las vivencias que experimentamos cuando escuchamos, en circunstancias ambientales que cada uno sabe, nuestros pasajes preferidos de música.
• Música y estructura del cosmos
Ese mecanismo reconciliador de la música no es un puro placebo, un engañoso sentimiento; es algo más profundo.
La música parece que nos introduce en la sintonía de la naturaleza; que nos pone en contacto con la estructura constitutiva del cosmos y ahí estaría la razón de su real eficacia. La música sería la expresión sonora de la estructura del universo. Y aquí volveríamos la vista a la consideración mística que del número tenían los pitagóricos. Traemos para nuestra consideración una cita de Ghyka:
“Más o menos, todo el mundo sabe que las notas de la gama presentan frecuencias diferentes, de las que dependen sus alturas, frecuencias que se expresan por medio de números. Otros sabrán que los sonidos, incluso los no musicales, pueden ser analizados mediante series sinusoidales que expresan los ‘armónicos’, en los que generalmente pueden descomponerse estos sonidos.”
“Los Pitagóricos, en cambio, cuya teoría musical reposaba desde sus inicios en el estudio matemático de los intervalos entre las notas, de la longitud de las cuerdas correspondientes a estas notas y del concepto de proporción (aritmética, geométrica o armónica)que servía de base a este estudio, encontraban muy natural que los números, que evidentemente regían o ilustraban la armonía del Cosmos perfectamente ordenado, tuviesen la misma función en el Arte en general y en la Música en particular.
Como escribía Leibniz más de dos mil años después de Pitágoras: “La música es un ejercicio de Aritmética secreta y el que se entrega a él ignora que está manejando números” (Carta a Goldbach del 17 de abril de 1712). A continuación voy a tratar de iniciar al lector benévolo en la función precisa que tienen los números en la Música o, para ser menos pretencioso, en la teoría de las gamas, instrumentos esenciales de la armonía musical” Ver: Filosofía y mística del número. Matila C. Ghyka. Edit Apóstrofe. Barcelona 1998 pág. 245-246.
Si el universo tiene una estructura matematizable, el número es su elemento más íntimo y radical. El número es la clave de la estructura del universo pues la posibilita. El número fracciona el continuo, numera lo múltiple y permite organizarlo.
El número es el quid del orden, y el orden es la redención del caos. El caos deja de ser tal caos cuando en él se introduce el número, cuando el desorden de lo informe e innúmero se hace cantidad y se pueden establecer todo tipo de relaciones matemáticas. El número formatea el caos y lo hace cosmos.
Habría una "mathesis universal" que conoce la estructura, la retícula última que rige el orden del mundo; y que puede dar razón de las formas plásticas y sonoras.
• Número y sonido
Lo que ya los pitagóricos pusieron de relieve es la relación entre número y música. El sonido sería una forma sensible, audible, del número. Y el número hace posible la música porque permite el dominio sobre los sonidos y sobre el tiempo.
Y a partir de la infinita pero dominable variedad de sonidos y tiempos se articula una sintaxis sonora que es la música.
Por tanto la música se nos presenta como una manifestación sonora, una forma sensible del número y aún de la matemática, podríamos decir: la música es una poética del orden del cosmos.
Y parece que es por esta razón por la que mediante la música sintonizamos con la estructura matematizable del cosmos. Y esa profunda conexión con la más radical e imperturbable realidad de las cosas sería lo que nos produce la dulce ataraxia musical.
• La música de esta obra
Uno de los elementos de esta obra (Música, Palabra e Imágenes) es la música, música que sin duda, por sus características rítmicas y melódicas, tiene las virtualidades que acabamos de exponer y que podemos experimentar.
LECTOR DE PALABRAS. LA PALABRA
• La palabra literaria
Pero la música que proponemos procede en su mayor parte de canciones que tienen textos poéticos; es música que integra palabra. Y la palabra, por el carácter lingüístico del ser, nos está poniendo, ella misma, en íntima comunicación con las realidades que nombramos.
Pero las palabras descubren y ocultan la realidad, y para entenderlas más profundamente recurrimos a la metáfora, o mejor, a una red metafórica. En ella, las metáforas pretenden aclararse mutuamente, de tal modo que el entramado es autorreferente y se automantiene, como una cúpula que no llega a cerrarse, como arcos en los que la clave no acaba de estar bien tallada. Las palabras sustantivas y las metáforas que las iluminan forman una imprecisa y sutil arquitectura poética.
Pero nosotros estamos, además, en permanente conflicto con las cosas nombradas y presencializadas por ‘su’ palabra, y comprendidas por la metáfora siempre insuficiente. La realidad, que es ese mundo nombrado y narrado por el discurso literario, es inhóspita, sólo se nos hace soportable y espiritualmente habitable por un proceso de adaptación. Y uno de los procesos adaptativos a la realidad es la literaturización de las palabras que nos "dicen" ese mundo; la invención metafórica y poética de la palabra nos familiariza y reconcilia con las realidades que nombramos, que son las que constituyen ese nuestro mundo. Es un proceso estético, que se sobrepone a otro ideológico, el que hace que la realidad sea pensable con sentido, y emocionalmente asumible.
• El canto, la palabra musicada
Y cuando a la música acoplamos la palabra, como ocurre en las canciones, la sintonía con nuestra parcela de cosmos, con nuestro territorio "mundo", es más intensa. Así el canto se constituye como una poética verbal y musical de la autonarración de la propia vida, una poética de identificación del propio acontecer, de aproximación cautelosa a la, de otro modo, inaceptable, insufrible verdad de la existencia, y de la vida.
Los relatos ajenos de las canciones permiten experimentar en la ficción, vivir vidas ajenas, cuestionar nuestras propias verdades, atisbar peligros, buscar gozos, esperar venturas, recrear mundos...
Por tanto, el canto, gracias a la palabra poética y a la narrativa combinada con la música suma las virtualidades de ambas y nos pone en una aún mayor sintonía con el cosmos de la naturaleza y de la cultura.
CONTEMPLADOR DE IMÁGENES. LA IMAGEN
• Las figuraciones de la estructura del cosmos
Las estructuras del cosmos, a las que antes nos referíamos como audibles, ahora las consideramos como visibles. La estructura se visualiza cuando se manifiesta en las figuras planas, en las formas voluminosas, en los cromatismos, todo ello surgido gracias a precisas relaciones numéricas.
La estructura se visualiza humanizada cuando la mirada subjetiva tiende a lo geométrico en el cubismo y en algunos estilos expresionistas.
Y cuando los expresionismos abstractos se tornan caóticos y parecen renegar de toda forma geométrica también entonces las estructuras pugnan por hacerse presentes tras el aparente desorden.
El arte tiene elementos que nos permite que podamos considerarlo como una poética visual de la estructura íntima de las cosas.
• Las imágenes narrativas y de mimesis humana
Muchas imágenes son discursos plásticos o estilizaciones imaginativas de la percepción; son poetizaciones de las cosas. Como tales hemos traído a estos libros las abundantes ilustraciones. Son miradas elaboradas a la luz de tradiciones estilizantes.
Las imágenes figurativas son la forma plásticas de las palabras. Y las imágenes que componen escenas dramatizadas son narraciones plásticas, formas narrativas visuales.
Y las formas adquieren su mayor expresión dramática cuando reflejan lo aprendido en la vida de los hombres;
Las imágenes que recogemos en estos libros pretenden aportar narraciones visuales que tengan correspondencia, más o menos cercana, con las canciones a las que acompañan.
• Imágenes no figurativas. Música e imagen en Kandinski
En muchas ocasiones puede haber imágenes no figurativas que pretenden representar sentimientos latentes en las canciones, pues las imágenes pueden estar asociadas a estados de ánimo.
Y hay también imágenes que no son figurativas, imágenes abstractas, que pretenden visualizar sonidos.
Kandinski establece correspondencias entre elementos plásticos. Hay formas, líneas y colores que se relacionan con sonidos y música, y los representan.
En Kandinski, según él mismo teoriza, la composición de las manchas de color establece sobre el cuadro relaciones de armonía y contraste tal como ocurre en la música. Las artes son idénticas entre sí, y sólo se diferencian en la forma. Por ejemplo, lo visual y lo auditivo, se unirían, se harían uno en el alma del espectador produciendo la emoción de la obra de arte, que sería totalizante por el principio de sinestesia.
Este principio establece correspondencias y equivalencias entre percepciones de sentidos diferentes como la vista, el oído, el olfato, o el gusto, o el tacto. No se puede entender a Kandinski sin tener en cuenta las correspondencias entre colores y sonidos. En él, pintura y música van unidos: atribuye al color cualidades musicales y emotivas; en su pintura hay “acordes” de color. Esta musicalidad del color se formaliza en manchas, trazos y líneas no figurativos.
Pero la ‘no figuración’ tiene el peligro de quedarse en lo decorativo, y Kandinski piensa que el color y la forma no son suficientes para el arte. Y, por tanto, en ausencia de figuras en el cuadro, es el título el que establece con una metáfora, musical en algunos casos, la dimensión de expresión artística. Y así utiliza títulos como éstos: “Improvisación”, “Composición”, “Sonoridad”. En Kandinski puede hablarse de representaciones de un “cosmos resonante”.
Nuestra referencia de algunas obras de Kandinski a canciones determinadas puede resultar aleatoria según una estricta aplicación del canon del artista, pero, en todo caso, plantea a la consideración del lector-contemplador-oyente, la intuición que es fundamental: la correspondencia de color y sonido.
Kandinski mismo expresa esa relación general de este modo: “el color es un medio para producir un influjo en el alma. El color es la tecla, y el ojo es el macillo percutor; el alma es un piano con muchas cuerdas, y el artista es la mano que pulsando una tecla elegida hace vibrar el alma humana”.
Si a las virtualidades de la música unida a la palabra en las canciones, añadimos las de la imagen que aportan estos libros, el usuario que los tiene en las manos se encuentra ante un reto estético que no debe eludir. El acontecer le sitúa ante músicas, palabras e imágenes que le invitan a una sintonía trascendental.
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