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El naturalista sueco Carl Von Linné, el padre de la taxonomía científica, ideó en el siglo XVIII un sistema de clasificación de los seres vivos que sigue vigente hoy en día. Los intentos de clasificación y ordenación, consustanciales al método científico de comprensión de la realidad venían ya de lejos, al menos desde la época de Aristóteles, en la Grecia clásica.
Linné propuso la creación de grupos en función de sus características de semejanza. A cada especie le otorgó un nombre latino compuesto por dos palabras, una de las cuales era propia de la especie y otra del género; en éste se incluían todas las especies agrupables por sus similitudes, que a su vez se englobaban en familias, y éstas en órdenes, clases y filos.
El modelo linneano es jerárquico, porque cada categoría se engloba en una superior: el conjunto de filos de animales constituye el reino animal.
Sin embargo, existe otra visión tradicional y arraigada, que divide a los animales en dos grupos sin categoría taxonómica:
- invertebrados
- y vertebrados.
A decir de muchos zoólogos, esta forma de clasificar es algo injusta, porque se basa en la manifestación de un sentimiento antropocéntrico o más bien “vertebrado-céntrico”. Con anterioridad a los trabajos de Charles Darwin, el hombre era considerado centro de la creación, y toda ésta giraba a su alrededor. Ahora, aparentemente caídos del pedestal, seguimos creyendo ocupar un lugar preminente, y por eso hablamos de “vertebrados” y “no vertebrados”.
Del millón y medio de especies animales conocidas y descritas por la ciencia, apenas 50.000 corresponden a vertebrados. Es decir, el 95% de la fauna mundial está formada por invertebrados. Más aún, del total de 5-20 millones de especies que se estima puedan existir sobre la faz de la tierra, aunque aún no hayan sido nombradas por los zoólogos, los vertebrados serían ínfima minoría.
En tiempos en que la conservación de la biodiversidad se convierte en prioridad, los invertebrados debieran recibir una atención mucho mayor.
A pesar de su falta de rigor zoológico, el término “invertebrado” goza de una aceptación popular y tradicional, que nos impulsa a usarlo en aras de mayor claridad divulgadora. Pero la fabulosa diversidad de formas de vida y estructuras limita la consideración conjunta de los filos de invertebrados. Es tan variada su tipología, que obligadamente sólo podemos mencionar algunos de ellos:
- moluscos (gasterópodos, bivalvos, cefalópodos),
- poríferos (esponjas),
- cnidarios (pólipos, medusas, anémonas),
- platelmintos (gusanos planos),
- nemátodos (vermes),
- anélidos (lombrices, sanguijuelas),
- equinodermos (estrellas y erizos de mar, holoturias)
- artrópodos.
Estos últimos, los artrópodos, constituyen un filo tremendamente diversificado y numeroso (alrededor del 85% de todas las especies animales conocidas), caracterizado por poseer
- cuerpo segmentado,
- apéndices articulares,
- simetría bilateral
- y un esqueleto externo formado por quitina.
Dentro de los artrópodos se integran, entre otras, las clases de:
- arácnidos,
- crustáceos,
- miriápodos e
- insectos, que son cuantitativamente los animales más frecuentes en la naturaleza.
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