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Descatalogado
Apropiación del espacio geográfico
A lo largo de toda nuestra actividad editorial hemos tenido presente que el objetivo final de toda aproximación de carácter geográfico a nuestro País buscaba potenciar y ampliar el conocimiento del espacio: hacer posible in situ la recepción de sensaciones, enriquecer la percepción y colaborar en la elaboración de las representaciones. Esto finalmente supone la reelaboración cultural de ese conocimiento, la interiorización personalizada de la geografía y la integración de ese espacio en nuestro mundo personal.
De este modo esa geografía se hace parte de mi geografía personal y hace de mi mundo parte del mundo.
El paisaje escenario de nuestra historia
Una integración parecida a la de la geografía es la que, desde un punto de vista antropológico, hemos buscado en el conocimiento de la historia. El gusto por la historia nace de la inconsciente convicción de que con ella ampliamos de modo indefinido el relato de nuestra propia historia. Y el relato de nuestra historia es en definitiva el contenido y ser de nuestra conciencia; nuestra más preciada, última e irrenunciable posesión. La integración de nuestro propio relato en relatos progresivamente más amplios integra nuestro yo relativizado en el gran relato de la humanidad.
Así geografía e historia nos integran en otras más amplias instancias de sentido.
A esta breve reflexión sobre los objetivos de nuestro conocimiento de la historia y de la geografía, y de los espacios y de nuestros paisajes, añadiremos dos textos que a nuestro juicio resumen los presupuestos teóricos de esta geografía simbólica. En este libro Geografía simbólica, y en la Guía de los lugares simbólicos, entramos decididamente en el ámbito de las complejas representaciones culturales.
El hombre, animal simbólico (CASSIRER)
El hombre tiene un modo propio, diferente al del animal, para adaptarse a su ambiente. Es insistente Cassirer al decir que el hombre:
“no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana. Todo progreso en pensamiento y experiencia afina y refuerza esta red. El hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la misma proporción que avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido, conversa constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica. Tampoco en ésta vive en un mundo de crudos hechos o a tenor de sus necesidades y deseos inmediatos . Vive, más bien, en medio de emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y de sus sueños”.
Y Cassirer finaliza el párrafo con una cita de Epicteto tomada de la obra Un manual de vida:
“Lo que perturba y alarma al hombre no son las cosas sino sus opiniones y figuraciones sobre las cosas”.
Son pues los “fantasmas” de las cosas los que nos espantan o fascinan. Y situados en esta perspectiva la definición clásica del hombre está necesitada de corrección y ampliación. Y aunque esa definición del hombre como animal racional sigue siendo válida, con ella se expresaba, dice nuestro autor, un imperativo ético fundamental. Y añade:
“La razón es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en lugar de definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico”. (Véase: Antropología filosófica (1944). Ernest Cassirer. Fondo de Cultura Económica. Madrid 1983. Pags. 47-49)
La larga cita de Cassirer, uno de los filósofos que establecen los fundamentos del moderno análisis de la cultura, es un fragmento ya clásico aunque no suficientemente reconocido, ni repetido, a pesar de su claridad y de la influencia que ha tenido.
El espacio, forma simbólica (CASSIRER)
En un primer nivel animal, la experiencia espacial sería de carácter orgánico; un espacio orgánico. En los animales superiores encontraríamos una forma de espacio diferente que Cassirer designa como espacio perceptivo, que “posee una naturaleza muy complicada, conteniendo elementos de los diferentes géneros de experiencia sensible, óptica, táctil, acústica y kinestésica. Pero desde un punto de vista de una teoría general del conocimiento y de la filosofía antropológica dice Cassirer que,
“Más bien que investigar el origen y desarrollo del espacio perceptivo, tenemos que analizar el espacio simbólico. Al abordar este tema nos encontramos en la frontera entre el mundo humano y el animal.” Y es que el hombre “no de una manera inmediata sino mediante un proceso mental verdaderamente complejo y difícil, llega a la idea del espacio abstracto, y esta idea es la que le abre paso no solo a un nuevo campo del conocimiento sino para una dirección enteramente nueva de su vida cultural.” (Op. cit. págs. 72-73).
Siguiendo todavía a Cassirer, ahora en su Filosofía de la formas simbólicas, entendemos que:
“La aprehensión del espacio no es sólo el resultado de una asociación sensitiva, ni tampoco de una abstracción cognoscitiva, sino que es un acto de creación simbólica y de transformación del espíritu humano” de tal modo que “el mundo del espacio se desarrolla como mundo intuido y simultáneamente pensado”
El espacio feliz y topofilia (BACHELARD)
Traeré otra larga cita que avale y explique también otros aspectos de la posición teórica en que nos situamos en nuestro ensayo de geografía simbólica. Nos acogemos a la autoridad y explicación de Gaston Bachelard en su obra La poética del espacio. (Fondo de Cultura Económica. Méjico 1983, pgs. 27-28)
Es cierto que Bachelard, en este texto, al tratar del espacio se está refiriendo, especialmente, a espacios menores, como es la casa, que pueden ser espacios más afectivos. Pero hemos dicho y reiteramos que nuestro entorno natural, aunque no es el adentro de la casa, sí que es todavía una geografía domesticada, un espacio habitual, un paisaje cotidiano intensamente referenciado y entrañable al que es aplicable la cita.
Bachelard indaga en el libro citado sobre el “espacio feliz” con una actitud de topofilia. Dice que sus investigaciones sobre el espacio,
“Aspiran a determinar el valor humano de los espacios de posesión, de los espacios defendidos contra fuerzas adversas, de los espacios amados. Por razones frecuentemente muy diversas y con las diferencias que comprenden los matices poéticos, son espacios ensalzados. A su valor de protección que puede ser positivo, se adhieren también valores imaginados, y dichos valores son muy pronto valores dominantes. El espacio captado por la imaginación no puede seguir siendo el espacio indiferente entregado a la medida y a la reflexión del geómetra. Es vivido. Y es vivido, no en su positividad, sino con todas las parcialidades de la imaginación”.
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