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El editor
Dos palabras para presentar este libro singular; dos palabras necesarias para perfilar esa singularidad, valorarla y contextualizarla en el horizonte de los estudios antropológicos.
La danza quizá sea entre todas las expresiones culturales la que tiene sus formas más ritualizadas con el peligro de hacer que se olvide su sentido y significaciones simbólicas, mientras se conservan con gran cuidado elementos formales; y lo que fueron gestos que tenían un sentido pueden quedar reducidos a movimientos mecánicos que han olvidado su significación, aunque hayan ganado estilización y hayan adquirido un amaneramiento estético actualizado. Las manifestaciones folclóricas que devienen espectáculo, como suele ocurrir especialmente con las danzas, pueden convertirse en fósiles culturales que nada dicen más allá de su pura materialidad, quedando reducidas a formas sin contenido conocido, a significantes sin significación sabida, a textos descontextualizados. En algunos casos esa palabra gestual de la danza se ha llenado de contenidos significativos nuevos, diferentes de los que le dieron origen.
Juan Antonio Urbeltz es un folclorista en el sentido más técnico y noble del término. Posee un ingente bagaje etnográfico que ha acumulado en un minucioso recorrido del país, realizando un concienzudo trabajo de campo. Este soporte de cientifismo, que supone el riguroso conocimiento y respeto a los datos, le legitima para los desarrollos etnológicos que aquí, en este libro, realiza.
Su profundo conocimiento de las danzas en sus formas, funciones y significaciones actuales en nuestro País, le han permitido tener una inmejorable perspectiva para observar, indagar y compararlas con las manifestaciones folclóricas de otros países. Y este libro es el resultado de muchas de sus observaciones sobre las danzas vascas y los posibles parentescos y similitudes, tanto de formas como de simbolismos.
Por otra parte Urbeltz supone que han ocurrido desplazamientos de significación en algunas danzas y en otras manifestaciones festivas o coreográficas, y que en otros casos se ha olvidado su significación primera. Por ello nuestro autor propone la repristinación del ritual folclórico, descubriendo el sentido que tuvieron y el imaginario que subyacía al constructo representativo recuperando el simbolismo de origen.
En este libro se hace arqueología cultural investigando en el yacimiento de la danza, haciendo discernimiento de los gestos e indagando en la memoria de la cultura yendo a la búsqueda del relato perdido que es el que daba sentido y hacía dramáticas las expresiones corporales y las secuencias gestuales, el movimiento y el ritmo.
Esta investigación tiene varias vías y una es la icónica, entendiendo que la semejanza de las formas en las diferentes culturas puede comportar significaciones también semejantes. Y en este libro la aportación iconográfica que descubre semejanzas y avala hipótesis es muy importante.
Las semejanzas y coincidencias detectadas se enmarcan en un espacio tan amplio y se retrotraen tanto en el tiempo que hacen pensar que a través de la danza se alcanzan estadios de civilización primigenios en los que se estarían tocando arquetipos de los que participan culturas diversas. Así se sitúan las danzas vascas en un contexto espacial cuando menos europeo y en una trayectoria y perspectiva temporal que viene desde el neolítico.
La convergencia de indicios le permite establecer hipótesis atrevidas sobre la significación de las diversas danzas, planteando interrogantes altamente sugestivos que desafían a la búsqueda de respuestas satisfactorias. Sería deseable que ésto provocara la dinamización de la etnología vasca en este tema. Y si en algún caso estas novedosas tesis e hipótesis no resultaran plausibles, esas mismas hipótesis deben utilizarse como propuestas poéticas para construir nuevos relatos y reinventar la gestualidad de las danzas, llenando así los vacíos de significación.
Después de haberse enfrentado con estos planteamientos la situación del lector ante la danza folclórica vasca queda comprometida pues no es éste un libro aséptico de información etnográfica; de aquí en adelante, como espectadores, quedaremos interpelados y obligados a definirnos; estaremos obligados a posicionarnos sobre la propuesta interpretativa, y a analizar los datos que se aportan; obligados a revisar nuestro imaginario y a remodelarlo.
La danza ya no queda reducida a la estética formal del gesto, del ritmo, y de la acción grupal. Aquí se vuelve a poner en evidencia que la coreografía, por el efecto de la narración, se hace drama; y que ese drama relata episodios de la historia cultural: de fases de civilización, de formas de socialización, de creencias y mitos.
La danza es una poética del gesto; y la danza folclórica es una poética gestual de la memoria de la cultura. Y este libro lo que hace es devolver a la danza folclórica ese estatuto. Pero no como un dato arqueológico, mudo e inerte en su materialidad y formalidad, sino como elemento de una tradición parlante que informa, poetiza, sugiere y sugestiona.
El sonido carnavalero de los txuntxurros nos habla del carácter conjuratorio del sonido; en la procesión del Corpus el grupo social celebra su fundación sobre un espacio segregado de la naturaleza; las espadas son mímesis de los aguijones del insecto; las manos que se agarran en las danzas de corro crean y simbolizan cohesión social; la danza de cintas poetiza el mito de las parcas que manejan los hilos de la vida etc. Éstas y otras muchas perspectivas simbólicas constituyen un gran arsenal simbólico y poético que se nos ofrece en este libro para una activa contemplación de nuestras danzas vascas, y, diría, de cualquier otra danza folclórica.
Incluso como espectadores, miramos y contemplamos la danza como una performatización de la memoria que se acumula en el gesto. El espectador se implica en la acción dramática que mira y la hace parte de su relato autobiográfico en el contexto de la tradición.
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